domingo, 3 de abril de 2011

Los niños esos grandes olvidados.

A menudo los hijos se nos parecen,
y así nos dan la primera satisfacción;
ésos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor.

Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, (dicen) que hay que domesticar.

Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.

Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
con nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.

Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción.

Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós.

Esta letra de Joan Manuel Serrat ya dice mucho de ellos, pero yo creo que deberiamos de pensar mas en ellos. Los tenemos alrededor y no les dejamos ser. Les inculcamos nuestros miedos y nuestras manias.

Ellos que nacen sin prejuicios y que quieren ser libres de hacer lo que quieran no lo pueden hacer. Vivimos en la cultura del miedo y la libertad solo se produce a veces en el hogar. Cada dia les protegemos mas y tenemos miedo de ellos por todo.

Hacemos de ellos niños grandes y hacemos que pierdan su niñez. Les inculcamos nuestras ideas y nuestras constumbres y no les dejamos pensar y actuar libremente. Siempre pensamos que podemos ofrecerles algo mejor que lo que ellos quieren para ellos mismos.

Y eso nos ocurre cuando son pequeños y hasta cuando son mayores. Su vida parece que es nuestra y eso es una gran mentira. Ellos vinieron al mundo por nosotros pero no son nuestra propiedad. Son personitas que se tienen que desarrollar libremente.

A nosotros de pequeños no nos gustaba que nadie se entrometiera en nuestra vida, pero justamente nosotros ahora hacemos aquello que odiabamos tanto.


Si los niños conviven con las críticas,
aprenden a condenar.

Si los niños conviven con la hostilidad,
aprenden a pelear.

Si los niños conviven con el miedo,
aprenden a ser cobardes.

Si los niños conviven con la compasión,
aprenden a compadecerse de sí mismos.

Si los niños conviven con el ridículo,
aprenden a ser tímidos.

Si los niños conviven con los celos,
aprenden lo que es la envidia.

Si los niños conviven con la vergüenza,
aprenden a sentirse culpables.

Si los niños conviven con la tolerancia,
aprenden a ser pacientes.

Si los niños conviven con el estímulo,
aprenden a estar seguros de sí.

Si los niños conviven con el elogio,
aprenden a apreciar.

Si los niños conviven con la aprobación,
aprenden a gustarse a sí mismos.

Sí los niños conviven con la aceptación,
aprenden a encontrar amor en el mundo.

Si los niños conviven con el reconocimiento,
aprenden a tener un objetivo.

Si los niños conviven con la generosidad,
aprenden a ser generosos.

Si los niños conviven con la sinceridad y el equilibrio,
aprenden lo que son la verdad y la justicia.

Si los niños conviven con la seguridad,
aprenden a tener fe en sí mismos y en quienes los rodean.

Si los niños conviven con la amistad,
aprenden que el mundo es un bello lugar donde vivir.

Si los niños conviven con la serenidad,
aprenden a tener paz mental.
¿Con qué están conviviendo tus hijos?

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